En Tiempos del Yogur y la Mermelada, cuando Ernestino andaba aún en pañales, tuvo lugar, de la mano de Íteles Óteles, uno de los sucesos más importantes de la era: el descubrimiento del Señor Arroz.
En esos días, el adelantadísimo apareció en primera plana de los periódicos ermitelistas, que no dejaron de adularlo por su notable hallazgo. Algunos ejemplares de las publicaciones de esa fecha pueden encontrarse aún hoy en la casa de Blobloblub en monstruosas cantidades, puesto que a ningún edacvalino le interesó comprarlas. Sin embargo, pese a la indiferencia de sus contemporáneos, Íteles Óteles se convirtió en protagonista de la historia, y lo hizo de modo literal.
Lo más interesante de la pesquisa es la descripción, algo obsesiva, de las pistas en que se basa nuestro sabueso para luego abordar la solución del misterio. De acuerdo a lo expuesto por Íteles, una serie de indicios lo llevaron directamente al grano. Muy digno de las novelas de Bí Á, que suelen evitar al lector cualquier tipo de ejercicio intelectual, Íteles no hizo más que recorrer la fila de granos de arroz que separaba al asesino de sus víctimas.
El señor había disparado balas directo a los ojos de los comensales (desde su plato) y ellos habían caído muertos al instante. El mismo Íteles, luego de una trabajosa indagación, comprobó que las balas eran de arroz; las mismas se encontraban adheridas al cuerpo de las víctimas.
En un minucioso estudio Íteles describe cada uno de los granos de arroz hallados en el lugar del delito, que de acuerdo a sus suposiciones, el asesino habeía ido perdiendo al caminar. Luego extrae sus propias conclusiones: en primer lugar, la persecución del criminal lo lleva a descubrir una agrupación de asesinos cereales formada por un montoncito de maiz, un cuadradito de avena, una barrita, el Señor Arroz y su esposa, y un pochoclo a modo de colaborador.
En segundo lugar, gracias al análisis de las huellas dactilares de Arroz, Íteles revela a los edacvalinos que el asesino es en realidad Pichito disfrazado. El Payaso piensa en enviarle una carta a documento por calumnias e injurias, pero luego prefiere esquivar la situación alegando que es una novela de Bí Á, y que de última él no tiene dedos.
Por último, empeñado en responder a los lectores que aseguran que su estudio es repetitivo y monótono, Íteles logra probar que no todos los arroces son iguales. En otras palabras, prueba el arroz inflado, tiene estimulantes experiencias con el arroz integral y se vuelve adicto al arroz con leche.