Esto suscitó la mayor de las sospechas, pues en casi todos los países a los que iban, los bailarines eran abucheados.
Stragagmesani, que tenía fama de investigador, se puso a mirar un poco mejor y descubrió que el silencio no era un silencio respetuoso. El público abucheaba a los bailarines igual que siempre: la diferencia era que sus gritos no se oían. Ni siquiera el violento zapateo de los bailarines se oía.
Ricardulario Stragagmesani miró y remiró en los oídos de los presentes, en los de los bailarines, en sus propios oídos, pero todos parecían sanitos. También observó que cuando los bailarines dejaban de zapatear, todo volvía a escucharse igual que antes.
Ayudado por el adelantado Íteles Óteles, que lo había leído en una revista de divulgación, dedujeron entonces que el misterio se hallaba en el suelo de Pluplanca.
El suelo de Pluplanca está compuesto por pluplanquita, un mineral fonolítico. Cuando este material es percutido, la onda propagada anula las ondas restantes, produciendo un silencio profundo y completo en un radio de varios metros. De ahí que cuando los bailarines ejecutaban su zapateo en el suelo de Pluplanca, tanto ellos como los espectadores se veían envueltos en una nube sepulcralmente silenciosa.
El descubrimiento de las propiedades fonolíticas de la pluplanquita pronto llevó a la utilización de este material en hospitales públicos, templos hilaristas y bibliotecas silenciosas. Se ubicaba un pequeño bloque de pluplanquita en un rincón del recinto y se adiestraba a un herpnitaco para golpearlo a intervalos regulares. Entre los mineros y empleados de la construcción se turnaban para darle martillazos a trozos de pluplanquita y poder descansar así sus maltratados tímpanos.
Algunos delincuentes también utilizaron pluplanquita para evitar que alguien oyera los alaridos de sus víctimas; y para poder operar cómodamente, cavando túneles, limando barrotes y rompiendo cristales sin despertar sospechas (ni a los guardias).
Se dice que Pichito se valió de un trozo de pluplanquita para conquistar entera la ciudad de Mancatracia.
Las obras desarrolladas por estos músicos casi siempre consistían de un sonido de fondo, creado por un músico que producía una nota continua y constante. A veces, esta labor era desempeñada directamente por las olas chocando contra la costa, los bocinazos de los autos de la metrópolis alefragancesa, o el bullicio de los chiquillos de primaria relinchando el himno nacional rapanés.
A este sonido básico se sumaban otros intérpretes ejecutando tambores de silencio, que mediante esta técnica componían sobrecogedores ritmos, melodías e incluso armonías (cuando superponían tres o más silencios simultáneamente).
Inspirado por la visión de Altunia poniéndose en el vertizonte, Apílotes compuso una obra que consistía en cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio. La presentó en dos versiones: arreglada para clave, y para viola da gamba. Su obra fue renombrada en Edacval, pero no tendría mucha influencia fuera de este planeta, donde se acusó a Apílotes de haber plagiado a John Cage.