Bichito nauseabundo, del tamaño de un berberecho, que se caracteriza por la posesión de un esqueleto flexible y duradero, que no se arruga con el paso del tiempo.
Esta pequeña bestiecita habita desde su nacimiento hasta que se hace mayor las zonas oxorientales de la planicie dorada.
Las lenguas viperinas acusan de pervertidos a los micosines por llevarse demasiado bien con los pejerreyes de tierra, a quienes en realidad solo quieren robarles su tan preciado excremento.
A pesar de las innumerables revueltas organizadas por los micosines para cambiar su color y convertirse en micosines dorados, las civilizaciones han avanzado sin advertir cambios en sus tonalidades opacas y neblinosas.
Desde ese día Acloclaclat y el micosín no volvieron a verse, y desearon velita a velita un reencuentro en Pluplanca.
Es difícil comprobarlo, pero se estima que los micositos se reproducen mediante extraños movimientos transversales de la mandíbula. Su régimen alimenticio especialmente vegetariano les permite adoptar posturas extremadamente flexibles, algunas de las cuales están inspiradas en el reconocido Manual Sphinx para principiantes.
Les caracteriza su cuerpo fusiforme, y, en la actualidad quedan de un solo orden. Uno de los entretenimientos favoritos de esta clase de bestiecillas es asustar a viejecillos jubilados que se quitan la dentadura para tomar la sopa.