Cierta vez, la Chinfulesa y Ernestino jugaban al Crúcuret.
Cuando habían estado jugando durante una hora, el sombrero, aprovechando la destreza de sus pies, provocó una situación en la que, de acuerdo a la posición actual de las piezas, debían comenzar una nueva partida de Crúcuret dentro de la partida anterior.
:Cuando habían estado jugando durante media hora, la Chinfulesa, haciendo gala de sus expertas uñas, provocó una situación en la que, de acuerdo a la posición actual de las piezas, debían comenzar una nueva partida de Crúcuret dentro de la partida anterior.
::Cuando habían estado jugando durante quince minutos, el sombrero, aprovechando la destreza de sus pies, provocó una situación en la que, de acuerdo a la posición actual de las piezas, debían comenzar una nueva partida de Crúcuret dentro de la partida anterior.
:::Cuando habían estado jugando durante siete minutos y medio, la Chinfulesa, haciendo gala de sus expertas uñas, provocó una situación en la que, de acuerdo a la posición actual de las piezas, debían comenzar una nueva partida de Crúcuret dentro de la partida anterior.
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Cuando ya habían transcurrido dos horas desde el comienzo de la partida inicial, Íteles Óteles, que estaba mirando la escena, observó que Ernestino y la Chinfulesa se encontraban jugando simultáneamente infinitos juegos de Crúcuret.
El Adelantado discurrió en una publicación académica que los jugadores habían conseguido iniciar infinitas instancias de Crúcuret porque, en general, era posible comenzar una partida tan rápido como fuera necesario: bastaba con decidirlo.
No obstante, el protocolo obligaba a los intervinientes a que la conclusión de todo juego tuviera una duración de al menos una hora. Como acertadamente remarcó el Adelantado en dicha famosa publicación, esta condición obligaría a Doña Chinfa y al Sombrero a continuar moviendo piezas para toda la eternidad.
Las autoridades del Tribunal de Injusticia Edacvalino iniciaron acciones legales, acusando a Ernestino mediante el siguiente dilema, que le fue expuesto en forma oral a boca del agente Pedrito:
- Señor Sombrero: bien sabemos todos que es usted un edacvalino mortal. Si usted y la Chinfulesa se apuraren, podrían efectivamente concluir todos los juegos de Crúcuret que quedaren pendientes. Pero, en tal caso, el protocolo se vería flagrantemente violado. Si, por el contrario, usted y la Chinfulesa lo respetaren, eventual e inevitablemente le sobrevendría a usted la muerte, dejando ambos una cantidad infinita de juegos pendientes, cosa que, como sabrá usted, está penada duramente por la legislación vigente. Claros principios lógicos nos impulsan a apresarlo a usted, por quebrantar el Código Lúdico Edacvalino.
Ante la demanda, se dice que a Ernestino no se lo vio más. Se metió en la frontera con un pasaporte falso, haciéndose llamar Carlos Sánchez. La leyenda dice que vive en la línea de la frontera: ni de un lado, ni del otro; y que cuando es de noche, las carretas y diligencias que llevan cartas manuscritas de uno al otro rincones del Nono Continente, llegan a percibir el fantasma del Sombrero, que sigue jugando y jugando al Crúcuret, tratando y tratando vanamente de finalizar la partida para que su alma de bombín quede en libertad.