Cantar panteísta de tradición oral y anal que narra los orígenes del tiempo, recopilado por el poeta amateur Na Vaugplac. Traducido al castellano por Palbo.
Contanos, oh, mamá,
qué pasó al principio.
¿Qué pasó al principio,
cuando no existían
los relojes?
Contanos, oh, mamá, madre del Tiempo Iau, que estuviste cuando nadie estaba. Madre que no estás pero no has muerto.
Cuando no conocíanse relojes
y el Tiempo se gestaba en tu matriz
fingiste ser del mundo emperatriz
aunque mundo en el mundo aún no había.
¿Cuántos meses pasó en tu vientre el Tiempo? Fingiste que su paso controlabas aunque éste todavía no pasaba ni había ``todavía'' todavía.
¿Cuándo nació tu hijo, el siempre Errante? Fingís que festejás su cumpleaños aunque cuando nació le era aún extraño al mundo el fiel registro de los días.
Cuando por fin nació te arrepentiste, la vida previa al Tiempo se esfumó y a tu pesar tu rostro se arrugó a medida que tu hijo transcurría.
No habiendo el Tiempo, madre, eras el mundo un solo instante y una cosa sola; cual siameses o sierpe de dos colas, no habiéndolo es el todo inseparable.
¿Cómo has de distinguir, madre, las cosas, si no hay interacción ni movimiento? ¿Cómo has de asegurar que existe el viento sin la acción del Errante entre las hojas?
Cuando no había el Tiempo, éramos uno: éramos Iau, la madre. Y era el mundo el Todo, la Unidad, hasta el segundo en que el Tiempo marcó las diferencias.
Estabas cuando nadie más estaba, y ahora no estás más, pero no has muerto. Cualquiera que de un ojo no está tuerto comprende que la madre somos todos.
Pudiste ser, madre del Tiempo Iau,
sólo una vez que hubo nacido el Tiempo,
ya que no es concebible la existencia
mientras no fluyen líquidas las aguas.
De la Nada intangible y el Vacío, naciste madre Iau. Y de tu vientre, luego del viejo Errante, nacieron Océano, el Perfumado, que baña las costas del Nono Continente; Coqkceni, la de mejillas de berenjena; y la preclara Altunia, de penumbra hexagonal, cada una de cuyas seis puntas es abanicada por diez mil esclavos pluplanqueses en cuero.
Del Océano Perfumado y la preclara Altunia, nacieron los cinco puntos cardinales; el Espurma, de correntosas aguas, surcado por las primeras naves; los ermitelios, semejantes a papeles; la tanza violeta, de infinita extensión, con la cual se dice que sería posible rodear las caderas de la Chinfulesa, la del pelo de virulana.
De Océano, el Perfumado, y Coqkceni, la de mejillas de berenjena, nacieron los vientos; los micosines, de verdosa complexión; Pedrito, el de chuecas rodillas, agente de Pandora Edacvational que reparte los testimonios de limulónea; los herpnitacos, perpetuos moradores de los retretes; los dontotos y los bompopos, que pueblan los rincones menos esperados de Toribio del Fondo.
Del Tiempo y Altunia, de penumbra hexagonal, nacieron el Yuyo, que flota majestuoso en las aguas del Espurma, de correntosas aguas; los pejerreyes de tierra, cuyo dorado excremento cubre las planicies Alebrijezas; el Agua Mayor, formada por la tríada de las Aguas Tónica, Tercera y de la Quinta.
Del Tiempo Errante y Coqkceni, la de mejillas de berenjena; nacieron los cariabones, de arrugada frente y violenta naturaleza; la Caléndula Magna, cuyas raíces destruyen edificaciones enteras; Mentolina, graciosa divinidad que toma la forma de una planta y a su vez los mentolinodependientes toman en tecitos.
La de apotemas finas [1], al dorado
contraluz mociembral de cierto ocaso,
reflejóse en el Perfumado, craso
mar, ante el ingenioso Adelantado.
Éste a su vez de iluminarse hubo (aunque sólo en sentido figurado) inventando el espejo, al, inspirado, tener la idea de pulir un cubo.
Descubrió que su invento era lo inverso cuando el Vacío se miró al espejo y en el liso cristal se vio el reflejo de todo cuanto mora el Universo.
No queriendo ser menos que el primero, el Payaso Pichito, que es celoso, cavó por cada elevación un pozo, por cada manantial un sumidero.
Replicó en sus opuestos, sendos entes; cada sonrisa en una triste mueca, cada pierna derecha en una chueca, cada ojo sano en otro igual con lentes.
El bufón invirtió lagos y campos, y hundió en el linde un insondable abismo del que inversiones toscas de sí mismos fueron los centinelas: Nauratrampos.
Dotó a las réplicas de insignias blancas, bandera del monarca de Elavcado: la copia de Pichito, el ayunado, quien ostenta en su rostro gruesas ancas.\verb#[1]# La de apotemas finas: Altunia, hexagonal.